Con
las primeras luces del día, el gallinero se ilumina, el gallo abre
los ojos y siente unas irresistibles ganas de gritar. Y lo hace.
Lanza un sonoro ¡kikirikiii! El no piensa que fastidia a los demás.
El
canta porque su instinto se lo pide. Su misión es despertar a las
gallinas y decirle:
¡Arriba,
perezosas, que comienza el día y tenéis que poner huevos!
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