
La increible historia del hada Sisí y el gnomo Nonó
Hace
ya mucho tiempo, en los frondosos bosques de Kernerak,vivía un hada
de extraordinaria belleza. Se trataba de una joven afable y sencilla,
siempre dispuesta a ayudar a los demás con una sonrisa en la boca.
El único problema de Sisí, que así se llamaba el hada, era que no
sabía decir que no. La joven se desvivía por todo el mundo y por
muy complicada que fuese la situación, siempre se empeñaba en
agradar y en complacer a todos cuantos la rodeaban.
En
una choza, llena de trastos viejos y cachivaches, justo a las afueras
de ese mismo bosque, vivía un anciano gnomo llamado Nono. Se trataba
de un gnomo gruñón y taciturno, temido por aquellos que le
conocían. Pero lo más curioso de todo era que, durante sus
doscientos años de vida, sus labios jamás habían pronunciado ni un
solo sí.
Pero
el destino, que es muy sabio, quiso que estos dos seres tan dispares
se encontrasen. Muy cerca de la choza del gnomo había una fuente de
la que brotaba un agua extraordinariamente pura y cristalina. Las
múltiples y excepcionales propiedades de este agua eran por todos
conocidas. Sin embargo, como el gnomo no dejaba acercarse a nadie a
su casa y menos aún coger agua de esta fuente que, por cierto, él
consideraba como suya, muchos de los habitantes del bosque tenían
que padecer toda una serie de enfermedades que, sin duda alguna, el
agua hubiese curado. Antes de que apareciese el malhumorado gnomo por
esas tierras, todos podían disponer del agua a su antojo y, en
consecuencia, seguir manteniéndose jóvenes y sanos. Hartos ya de
esta terrible injusticia, los habitantes del bosque decidieron acabar
de una vez por todas con la situación.
Decidieron
elegir a Sisí como representante legal del grupo y encargarle que
fuese a ver al gnomo para echarlo de aquellas tierras. En el fondo,
todos tenían un poco de miedo al gnomo, pero como sabían que la
joven hada sería incapaz de negarles nada, ni cortos ni perezosos,
se dirigieron a su casa. Como de costumbre, Sisí los acogió con la
sonrisa en la boca, pero cuando sus vecinos le explicaron la razón
de la visita, su rostro se transformó de repente.
—Por
supuesto que os haré el favor de ir a visitar al gnomo –aseguró
ésta– pero yo no soy nadie para echarlo de estas tierras. Lo único
que puedo hacer es intentar convencerlo por las buenas para que nos
permita utilizar el agua de la fuente.
Los
habitantes del bosque, riéndose de su inocencia, le aseguraron:
—Pero,
Sisí, parece mentira que a estas alturas todavía no conozcas al
gnomo. Deberías saber que él jamás nos dirá que sí.
—Bueno
–contestó ella tranquilamente– yo estoy dispuesta a ayudaros,
pero dejad que lo haga a mi manera y no os preocupéis porque pienso
hacer todo cuanto esté en mi mano para que cambie de idea.
Aunque
no del todo convencidos y rogándole que tuviese mucho cuidado, sus
vecinos la dejaron marchar.
Así
pues, y despidiéndose de todos ellos, Sisí se dirigió alegremente
hacia las afueras del bosque. Pero, de repente, mientras le daba
vueltas a la cabeza pensando en cómo podría convencer al gnomo para
que les dejase utilizar el agua de la fuente, se encontró con un
cervatillo herido.
—¿Qué
te ha pasado –le preguntó el hada al joven ciervo.
—Me
alejé un poco del bosque –le contestó éste con voz lastimera–
y unos cazadores furtivos me dispararon y me hirieron en la pata.
El
hada lo tomó entre sus brazos y, acariciándole la cabeza, prosiguió
su camino.
Temerosos
y sin saber cómo reaccionaría el malhumorado gnomo, finalmente
llegaron hasta su choza. Éste sentía una especial predilección por
los ciervos, ya que de pequeño tuvo uno al que quiso mucho y, cuando
el pobre murió entre sus brazos, él se volvió todavía mucho más
huraño y antipático.
Sin
apenas saludarlo, Sisí se dirigió a él y le rogó encarecidamente:
—Gnomo,
tienes que dejar que moje la pata del ciervo con el agua de la
fuente. Si no, lo más probable es que se muera, y a ti no te
gustaría esto, ¿verdad?
Aunque
refunfuñando un poco, el gnomo no sólo le dio permiso al hada para
que utilizase toda el agua de la fuente que quisiera sino que,
además, la ayudó a curarlo. En cuanto la pata del joven ciervo
entró en contacto con el agua de la fuente, éste pareció
experimentar una considerable mejoría. La herida había cicatrizado
como por milagro y el dolor había desaparecido por completo. Tanto
Sisí como el gnomo miraron al ciervo extasiados y el hada agradeció
a las fuerzas de la naturaleza y sobre todo a Miracua, la reina de
las hadas del agua, el hecho de haber hecho posible esta curación.
El malhumorado gnomo percibió tal gratitud en los hermosos ojos del
ciervo que se dejó embargar por una sensación, hasta ahora
desconocida para él, sumamente agradable y placentera y que, por
cierto, cambió totalmente su carácter. Sus labios esgrimieron una
especie de sonrisa y reconoció que no siempre hay que decir que no y
que a veces, incluso puede resultar mucho más reconfortante decir
que sí.
Por
su parte, Sisí se alegró enormemente de haberles dicho que no a sus
vecinos y de haberse negado a echar al gnomo de estas tierras, pues
la satisfacción de haber logrado arreglar la situación a su manera,
hizo que se diera cuenta de que no siempre hay que decir que sí.
Autora:
Amalia Peradejordi
Tanto
el hada Sisí como el gnomo Nonó fueron durante mucho tiempo
víctimas de su falta de tomar decisiones. En un momento importante
de esta historia decidieron tomar conciencia de la situación,
rectificar las acciones de su pasado y pasar a ser los
protagonistas de su vida. El resultado ya lo has leído en el final
del cuento.
¿Qué
puedes hacer tú, aquí y ahora, para responsabilizarte y
comprometerte en llevar las riendas de tu vida, respetando al mismo
la de los demás?
Ana
María R. Novoa
Desde
mi punto de vista yo pienso que este cuento te ayudara a pensar y a
entender mejor las cosas.
ELENA....